La virtud de Andrew Tate y la decadencia de la masculinidad

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Una de las personas más odiadas del internet y, a la misma vez, una de las más influyentes en la conciencia colectiva de la juventud masculina . Dentro de la comunidad que le sigue es conocido con “Cobra Tate” o “Top G”. Su trasfondo como campeón mundial de kickboxing no ha sido suficiente para borrar el apelativo de “machista” que se ha ganado por sus opiniones controvertidas sobre las mujeres y los roles tradicionales en la familia. La estética que le acompaña está llena de símbolos de estatus y poder como coches caros, mujeres y yates, aunque recientemente ha abrazado la fe islámica y muchos se encuentran expectantes por ver el cambio en sus opiniones con respecto a sus pasados comentarios en internet. Cancelado de casi todas las plataformas (Facebook, Twitter, Instagram…), sus ideas nunca antes han tenido tanta presencia en el mundo digital. Esta persona es Andrew Tate.

A la luz de esto, el error frecuente que muchos cometen es el de reducir todo lo que representa Tate a una frase lapidaria: “Andrew Tate es un misógino y machista”. Pero no tan rápido, hay muchos misóginos de los cuales no se sabe nada, y Tate no es uno de ellos, al menos no con respecto a su fama. Si sus seguidores ––hombres jóvenes, adolescentes y preadolescentes–– están obsesionados con esta personalidad, no es porque vivimos en un heteropatriarcado que solo quiere dominar a las mujeres. Esa respuesta, aunque parcialmente cierta, sería demasiada fácil, barata e ideológica. El diagnóstico del problema no es unidimensional sino pluridimensional. Hay algo más, hay algo magnético en este ex-campeón de kickboxing: Tate personifica una ética guerrera.

La virtud de Andrew Tate radica en su mensaje en contra de la pusilanimidad, mediocridad y complacencia de las personas débiles. Tate es el superhombre nietzscheano. Pero antes de hablar de esto, es indispensable aclarar en qué sentido nos referimos a su “virtud”. Muchos de nosotros al escuchar la palabra virtud, pensamos inmediatamente en ideales ético-morales de comportamiento, como pueden ser la paciencia, la justicia, la misericordia, etc. Si uno ha tenido la oportunidad de leer algo más, le vendrá a la mente las virtudes cardinales (templanza, prudencia, fortaleza y justicia) y las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). No obstante, en las sociedades guerreras, como las relatadas por Homero en el siglo VIII a.C. en La Ilíada y La Odisea, la virtud o areté en griego, significa ser apto para algo en un orden social establecido con roles claros. Una traducción aproximada podría ser la de excelencia. Así entendido, la virtud o excelencia de un guerrero era luchar y ganar en la batalla. De igual manera, la virtud de un herrero era hacer buenas espadas o un atleta ágil manifiesta o expresa la areté (la virtud o excelencia) de sus pies al correr (Ilíada 20, 411). Esta aclaración tiene una importancia nuclear puesto que el concepto de identidad (¿qué o quién soy?) está estrechamente vinculado con el rol que uno ocupaba en la sociedad. A la pregunta de quién soy yo, uno responde con su función social: soy un guerrero. De esto dependía la aceptación en la comunidad o el desprestigio y el exilio fuera de ella.

Pues bien, Andrew Tate encarna esa excelencia o virtud guerrera de las sociedades homéricas. O, lo que es lo mismo, Tate manifiesta esa determinación, osadía, y eros hacia la vida que no deja indiferente a la mayoría de hombres. Esto no es exclusivo solamente en el caso de Tate: tan solo basta indicar con cuánta admiración vemos a William Wallace en Brave Heart gritar “libertad”––tanto que a uno le entran ganas de ir corriendo contra la pared–– o con que fascinación la gente gusta de las películas de superhéroes. Tate encarna el arquetipo del guerrero; Tate es el héroe de su propia historia. Y algunos de nosotros sentimos respeto hacia Tate junto con un pequeño sentimiento de culpa. Pero no es para menos, ya que este controvertido personaje no se calla, no se deja intimidar por la presión social, no asume ningún tipo de corrección política, dice lo que piensa, trabaja duro, sabe pelear y es crítico con el modelo de masculinidad posmoderno del “hombre deconstruido”. Tate encarna una ética guerrera que clama por las calles: “uno no necesita más espacios seguros; uno necesita volverse más fuerte”. Tate es el ideal que tiene un chico de barrio que hace artes marciales. Desde mi propia experiencia como chico de barrio que hizo boxeo durante 10 años, la ética del luchador es simple: cuando entras al ring, o luchas, o pierdes luchando, pero la rendición no es una opción. Y así es como uno ve la vida, a saber, como un cuadrilátero, una zona de combate que acaba con la muerte. Y…¡Atención! ni se te ocurra bajar la guardia no sea que el enemigo te agarre desprevenido.

A mi parecer, esta reacción o vuelta a un modelo de masculinidad autoritario ha sido el resultado de dos fenómenos precedentes: (1) por un lado, en nuestra cultura se ha llevado a cabo una contundente crítica hacia el canon de masculinidad que consistía en un sujeto que se interesaba por los coches, las mujeres, el trabajo, y, a la misma vez, en casa se comportaba como un individuo callado, reservado, ausente y misterioso. Don Draper de la serie Mad Men es un prototipo de aquella época. (2) Por otro lado, el feminismo hegemónico radicalizado envía un mensaje a los jóvenes que se basa en una descripción de todo lo negativo que los hombres pueden llegar a ser, esto es, violadores en potencia, acosadores, caprichosos, violentos, inmaduros, entre otras cosas. Aparentemente, nadie sabe lo que el hombre debería ser. Todo mundo habla de la masculinidad tóxica, pero nadie habla con claridad sobre la masculinidad saludable. Con esto tenemos un entorno social en el que los niños crecen sin un referente tradicional de masculinidad como el de Don Draper (menos mal), pero tampoco encuentran nada en la actualidad, tan solo escuchan mensajes negativos sobre lo que no deben ser, pero nada acerca de lo que deberían ser, hasta que llegó Andrew Tate.

El problema con Tate es que por cada acierto, nos dice varias sandeces; en este sentido se parece a Nietzsche. El pensador alemán fue particularmente crítico con el cristianismo porque le parecía que los cristianos disfrazaban su debilidad de virtud. Sostuvo que los valores cristianos se habían originado en el resentimiento. Entre otras razones porque al ser alguien un individuo débil ante una persona más fuerte, el débil presenta su debilidad y su deficiencia como algo más deseado y se pone una medalla de superioridad moral por ello. Nietzsche, sin embargo, acertó en identificar la hipocresía de los débiles: virtuoso no es aquel que, careciendo de todo tipo de fuerza vital para contraatacar, se congratula a sí mismo por haber dado la otra mejilla. No obstante, Nietzsche erró en pensar que la única respuesta apropiada de los poderosos y soberanos era el contraatacar. Puesto que hay una tercera alternativa: virtuoso es aquel que, pudiendo contraatacar, decide no hacerlo partiendo de la sobreabundancia de su amor. Nietzsche desenmascaró la falsa piedad, pero falló en identificar que todavía es posible tener una victoria moral que no conlleve el contrataque. Este es el mismo error de Tate.

Tate, ante la decadencia de la masculinidad, nos dice “sed superhombres, sed fuertes, sed duros, no os juntéis con lo débil”. Habiendo dicho la verdad en algo, nos mintió con el resto. Confundió la parte con el todo. Pese a todo, la fortaleza guerrera es necesaria en esta vida como bien lo refleja el refrán que dice “es mejor ser un guerrero en un jardín que ser un jardinero en una guerra”. Para enfrentar a gente perversa uno tiene que ser igual de agresivo o más, pero con el fin de proteger a los demás. Carl Jung hablaba de esta realidad con el término “shadow” (sombra). Cada uno tiene “una sombra” que tiene que conocer, un lado potencialmente oscuro y monstruoso que tiene que integrar con la parte benévola. Cuando esto se logra, uno es capaz de tener su poder bajo control. Por ello, lo contario de los hombres violentos, no son los hombres pacifistas con ropa colorida. Lo contrario del hombre malvado es el hombre que ha integrado esa agresividad para el servicio del bien común. Según esto, un rasgo de los hombres débiles es la incapacidad de canalizar esa agresión para el bien común como lo hace un buen policía o un buen profesor que cuida de sus alumnos ante el abusón de turno. Por otra parte, el error del modelo de masculinidad deconstruida es el de presentar a un hombre castrado que no tiene la capacidad de enfrentar las dificultades de la vida y hacer frente a las injusticias.

¿Qué referente de masculinidad nos queda? La masculinidad paradójica: la masculinidad del cordero y el león. La sociedad decadente equivocadamente pide hombres pasivos, sin dientes, sin colmillos, sin garras. En el otro bando, la resistencia guerrera exige leones sanguinarios e implacables. Lo que necesitamos es una fusión, una convergencia del cordero y el león. Una encarnación de la verdadera fortaleza: alguien con colmillos que elige no usarlos. Alguien que se conmovió del oprimido y se indignó derribando las mesas en el templo; alguien que pudo llamar a legiones de ángeles para vengar su crucifixión pero eligió no hacerlo por amor al pecador; el cordero de Dios y el león de Judá: Jesús de Nazaret.

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