El remedio espiritual para la fatiga existencial o burnout

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Cada vez más personas se sienten agotadas de vivir, de hacer las cosas cotidianas para simplemente mantenerse vivos: comer, beber, tener un trabajo, pagar el alquiler, entre otras cosas. Muchos se sienten infelices e insatisfechos con sus vidas. Y no es para menos, ya que ser una persona decente requiere un esfuerzo vital enorme. Para aquellos que cultivan su espiritualidad, puede parecer todavía más utópico el amor a Dios y al prójimo y el mantener un compromiso estable con su iglesia local.

A la luz de esto, se ha vuelto muy común abrazar el minimalismo y ver el trabajo como algo totalmente secundario. Se adopta un estilo de vida con más tiempo libre, otros optan por pedir un año sabático del trabajo. Sin embargo, el sentimiento de burnout o fatiga crónica ante la vida parece no irse. Si por un lado es cierto que hacer más cosas no va a mejorar nuestro estado,  por el otro, el hacer menos o poco tampoco conlleva una solución a esa insatisfacción que se siente. ¡Cuántas veces no habremos utilizado nuestro tiempo con el fin de divertirnos para terminar más cansados! El placer a menudo cansa tanto como el trabajo. Dicho esto, no quiero restar la importancia que tiene el revisar nuestras prioridades y horarios para buscar un estilo de vida más sostenible. Lo que me propongo con este pequeño escrito es destacar el hecho de que incluso si lográsemos reducir la cantidad de trabajo y estrés, la garantía de sentirnos con paz interna puede aun así estar fuera de nuestro alcance.

A mi parecer, el error central radica en que la gente se enfoca mucho en las externalidades de su vida, en vez de en la interioridad. Es decir, se busca cambiar lo externo –– el trabajo, la pareja, el país, la casa, los pasatiempos–– con el fin de que haya un cambio interior en cuanto a los niveles de contentamiento y descanso. No obstante, la solución se halla en una experiencia espiritual de nuestro yo interior con Dios.

Reflexionemos un poco más. Jesús hace una invitación a todas las personas con este tipo de fatiga: «29 Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana» (Mateo 11:29-30). Esto significa que, en última instancia, el remedio para la fatiga emocional y espiritual es ponernos bajo su yugo. Dicho en otras palabras, Jesús utiliza un instrumento de trabajo (el yugo) como solución para nuestro cansancio. El yugo era una pieza de madera que se ponía encima del lomo de dos bueyes para arar la tierra. Estos bueyes arrastraban con el yugo un instrumento pesado que araba la tierra. Por lo general, era un buey más fuerte junto con otro buey más joven e inexperto. El propósito del yugo era, por un lado, enseñar al buey más joven a hacer el trabajo y, por el otro, compartir la carga. Jesús con esto nos enseña que en la interioridad espiritual del hombre está la respuesta y la solución para la fatiga existencial. Es el espacio en el que cargamos el yugo de Jesús con Jesús.

Naturalmente, la mayoría de nosotros cuando reflexionamos en la idea del descanso, lo primero que se nos viene a la cabeza son aquellas cosas que nos aportan placer, a saber, comida, vacaciones, sexo, playa, etc. Sin embargo, la solución de Jesús no consiste en cosas como estas, sino en un instrumento de trabajo, que es su yugo. Ahora bien, ¿cómo es posible que un instrumento de trabajo con el que un agricultor estaba sumamente familiarizado puede utilizarse como un símbolo para el descanso espiritual?  

Para entender este asunto de extrema complejidad nos queda profundizar todavía más en el significado de yugo para la mentalidad judía del siglo primero. La palabra “yugo” era utilizada como una expresión idiomática para referirse a la enseñanza de un rabino o maestro de la ley. Esto implica, entre otras cosas, que todos los rabinos tenían un yugo y, normalmente, ese “yugo” o enseñanza se refería a su modo particular de interpretar la biblia hebrea. Según esto, aquello que demarcaba a Jesús no era que tuviese un yugo o una enseñanza puesto que, de hecho, otros maestros espirituales de la época también tenían un yugo. La gran diferencia del yugo de Jesús o de su enseñanza a sus discípulos era que su enseñanza o su yugo era suave. En contraste, el yugo de la mayoría de los maestros espirituales de la época se caracterizaba por una observación estricta de las leyes y un trato severo con el cuerpo. Jesús se distancia de esa práctica rabínica ––que consistía en una atención excesiva a las externalidades–– y, por el contrario, se enfocaba en la interioridad del individuo.

Así entendido, Jesús nos ofrece su “yugo” como una herramienta para enfrentar los mismos problemas pero esta vez caminando a su lado, siguiendo sus enseñanzas a través de la imitación de Él. Se ha vuelto bastante común el admirar a Jesús por sus enseñanzas, pero muchos rechazan dar el siguiente paso, esto es, el imitar su estilo de vida. Un estilo de vida que consistía en una profunda conexión con Dios y con el prójimo. Esta manera de estar en el mundo y existir como seres espirituales significa, entre otras cosas, vivir la misma vida y sus dificultades pero desde unas coordenadas espirituales distintas, desde un punto de referencia en el que se encuentra Jesús enseñándonos a arar la tierra correctamente. Lo más esencial es que no nos quitemos el yugo. En este sentido, Dios no nos promete una vida fácil, pero sí un yugo suave; el yugo de aquel que venció al mundo y la muerte: Jesús.

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