Por qué el desarrollo tecnológico no nos convertirá en mejores personas

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Era verano y me encontraba comiendo un suculento plato peruano preparado por mi madre. Para los curiosos, el plato era seco de cabrito. En ese mismo instante, escucho que tocan el timbre y es un amigo mío al que no había visto en varios meses. Era mi amigo, el científico. Cada uno compartimos con gran entusiasmo las novedades en nuestras vidas. Al contarle que estoy haciendo un doctorado en filosofía, noto en su rostro un asombro seguido de las siguientes palabras:

 

Amigo: pero ¿qué vas a hacer con eso?, ¿qué utilidad tiene eso?

Yo: mmmm, deja que te lo explique con un ejemplo: si yo quiero construir un puente, ¿a qué tipo de personas debo recurrir?

Amigo: Pues obviamente necesitarás tener un grupo de ingenieros que estudien el territorio y luego los constructores para que ejecuten el plan.

Yo: Exacto, mi querido amigo. Los ingenieros, arquitectos y constructores saben cómo construir un puente. Todavía queda una pregunta, una pregunta ética: ¿por qué deberíamos construir ese puente?  

Amigo: Pues dependerá del propósito.

Yo: digamos, a modo de ilustración, que quiero construir un puente para poder tener acceso a una aldea y sanar a enfermos. Y otro puente para tener acceso a un territorio ajeno que quiero conquistar.

Amigo: Pero no estaría bien construir el segundo tipo de puente.

Yo: ¿Por qué lo dices?, ¿tu conocimiento científico sobre cómo hacer puentes te da algún privilegio o alguna respuesta más profunda para determinar qué tipo de puente estaría bien construir?, ¿acaso saber más de puentes te permite un acceso privilegiado al conocimiento sobre el bien y el mal?

Amigo: No, claro que no.

Yo: Has respondido con gran sabiduría. Antes me preguntaste qué utilidad tenía mis estudios en filosofía y la respuesta es sencilla: mientras que los ingenieros estudian cómo construir puentes, los filósofos estudian, entre otras cosas, si construir un puente es algo bueno o malo. Es decir, mientras que los ingenieros se preguntan por la técnica de la construcción de puentes, nosotros los que aspiramos a ser amantes de la sabiduría, nos dedicamos a preguntarnos por qué deberíamos o no construir esos puentes. Todo lo científicamente posible, no siempre es éticamente realizable. Saber más de puentes no te va a ayudar a responder la pregunta ética sobre si deberíamos o no construir el segundo tipo de puente. Pero estudiar y meditar acerca de qué es la justicia y la bondad, te permitirá hallar la razón de fondo por la cual no construir el segundo tipo de puente es algo mejor que construirlo.

 

Esta pequeña conversación con mi amigo revela una de las verdades antropológicas más importantes: Todos somos filósofos. Otra cosa es que seamos mejores o peores filósofos. Pero todos somos filósofos porque la existencia misma nos obliga a interpretar nuestro lugar en el mundo. Para ello, nos planteamos preguntas valorativas del tipo “¿por qué opción A es mejor o peor que opción B?”. Ni el conocimiento científico ni la inteligencia artificial pueden responder a esas preguntas. Nos pueden aportar mayor cantidad de datos que se nos han podido pasar por alto para que podamos considerarlos en nuestro análisis, pero no nos pueden ofrecer razones morales para nuestra existencia. Pongamos por caso otra pregunta: ¿por qué es mejor construir puentes que no se caigan? Porque se asume ética o valorativamente que la vida es mejor que la muerte. Este tipo de respuesta, como se puede ver, no viene como resultado de saber más sobre ingeniería. De un modo similar, la inteligencia artificial y el desarrollo tecnológico solo podrán amplificar la plenitud o vacío que ya existe en nuestras vidas morales y espirituales, pero no nos podrán dar ninguna respuesta a nuestras preguntas existenciales. Para hallar respuestas de este tipo, siempre necesitaremos ir a la pregunta moral, a la pregunta valorativa, a la pregunta metafísica, a la pregunta espiritual.  

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