Por qué una sociedad basada en el mérito no puede erradicar la desigualdad

La meritocracia se basa en el principio de que el trabajo duro y la determinación conducen al éxito.

¿Por qué alguien que se queda dormido, no trabaja duro, no ahorra dinero y no sacrifica el placer inmediato por una recompensa futura merecería lo mismo que alguien que hace todo lo contrario?

La lógica detrás del modelo meritocrático es clara: Con esfuerzo X, se logra Y , en consecuencia, merezco Z.

¿Es posible decidir lo que las personas merecen?

En una sociedad donde el trabajo duro y el esfuerzo conduce a la riqueza o al dinero, es complicado determinar lo que realmente cae bajo la categoría de lo que uno se merece.

Por ejemplo, ¿deberíamos proporcionar atención médica solo a aquellos que trabajan arduamente? ¿Es la atención médica algo que debes ganarte, o debería ser una parte básica de una sociedad que respeta la dignidad de todos sus miembros?

En otras palabras, ¿qué cosas puedes merecer genuinamente? ¿Deberías demostrar que mereces estar vivo y tienes el derecho a enfermarte? La verdad es que no hay una fórmula exacta para hallar respuestas a estos interrogantes.

Naturalmente, esto nos lleva a cuestionar si el concepto de mérito o de merecer algo es suficiente para construir una sociedad justa que reconozca plenamente nuestra humanidad compartida.

¿Qué puede proporcionarnos la meritocracia?

Asumamos que es posible saber lo que las personas merecen. Imaginemos que una sociedad meritocrática es una posibilidad real.

Ante esto, ¿qué puede ofrecer la meritocracia? Garantiza un camino libre de prejuicios con el fin de que las personas puedan ascender en la escala socioeconómica. Sin embargo, esto no resuelve el problema más amplio de la desigualdad.

De hecho, la meritocracia a menudo hace que las desigualdades existentes parezcan aceptables. Dentro de este sistema, la desigualdad se ve como un resultado de las habilidades individuales. Es decir, la meritocracia justifica la desigualdad, no la elimina.

Como lo expresa Michael J. Sandel:

“El ideal meritocrático no es un remedio para la desigualdad; es un ideal que la justifica”.

(La Tiranía del Mérito, pág. 122; traducción mía)

Ahora bien, esto puede sonar estupendo para algunos, pero consideremos a dónde podría llevarnos una sociedad meritocrática.

Algunas consecuencias no deseadas de una sociedad meritocrática

1. Mayores divisiones: arrogancia y resentimiento

En un entorno meritocrático, las personas que alcanzan el éxito a través del esfuerzo pueden desarrollar un sentido de arrogancia. Esto sería un caldo de cultivo para una mayor división en la estructura de la sociedad. Todo se resumiría a "tienes la vida que mereces".

Por otro lado, aquellos que se encuentran a la base de la jerarquía socioeconómica pueden sentirse menospreciados. Entre otras razones porque, si bien es verdad que no todos hacen el mismo esfuerzo, también es un hecho que no todos tienen el mismo punto de partida. Muchos han empezado la carrera en desventaja.

2. Estigmatización de los trabajos de la clase obrera

El discurso político contemporáneo a menudo enfatiza la importancia de crear una sociedad meritocrática y equitativa para facilitar la movilidad económica ascendente.

Sin embargo, este discurso a menudo se centra en la idea de que la dignidad humana depende de no quedarse "por debajo".

Esta perspectiva cuantifica el valor humano en función de la movilidad económica. Parte de un marco que evalúa a las personas en virtud de su valor en el mercado.

Esta perspectiva a menudo pasa por alto la realidad de que ciertos roles esenciales, como los sectores de cuidados y limpieza, siempre serán indispensables, incluso si las personas en estos roles nunca ascienden en la jerarquía social.

Redefiniendo la meritocracia

Martin Luther King, Jr., habló de una futura sociedad que dejaría atrás el modelo meritocrático y apreciaría la contribución de todo los ciudadanos:

“Un día nuestra sociedad, si ha de sobrevivir, llegará a respetar al personal de limpieza porque la persona que recoge nuestra basura es, en última instancia, tan importante como el médico, porque si no hace su trabajo, las enfermedades proliferan. Todo trabajo tiene dignidad”

(Sandel cita a King en La Tiranía del Mérito, pág. 210; traducción mía).

Mientras contemplamos el impacto de la meritocracia, es crucial preguntarnos si el mérito o el esfuerzo es la medida adecuada para determinar lo que las personas deben tener en nuestra sociedad.

Tal vez sea hora de explorar marcos alternativos para valorar a cada individuo más allá de su “mérito” o “esfuerzo”

Tal vez sea hora de dejar de usar el estatus y la riqueza como el único criterio para decidir quién es digno de amor y reconocimiento.

Previous
Previous

Por qué nadie “merece” lo que tiene

Next
Next

El Cristo olvidado: la iglesia